“Aquí empieza la victoria del Rey del Alto y Bajo Egipto, Usermaatra-Setepenra, el Hijo de Ra, Ramses-Meriamon… que logró en el País de Hatti, Naharina, en la Tierra de Arzawa, de Pidasa, en la de Dardani, en la de Kadesh, el de Ugarit y el de Muoshanet.
Su Majestad era un señor pleno de juventud, activo, sus miembros potentes… su corazón vigoroso… su fuerza como la de Montu… perfecto de aspecto como Atum, era regocijante ver su belleza… grande de victorias… no se sabía cuándo deseaba combatir.”
Así comienza el poema de Pentaur, uno de relatos conservados sobre la “victoria” del ejército egipcio de Ramsés II sobre los hititas, y que decoraba, entre otras, las paredes del templo de Abu Simbel. Este relato fue ordenado por el faraón durante su noveno año de mandato para vender como una magnífica y épica victoria, algo que fue más bien, una batalla acabada en tablas.
La versión de Ramsés no habría sido cuestionada de no haberse encontrado en 1834 los restos de Hattusa, la antigua capital del reino hitita. La casualidad quiso que Félix Marie Charles Texier hallase no sólo la ciudad, sino también una gran cantidad de tablillas de escritura cuneiforme entre las que se hallaba el conocido como ¨Tratado de Paz Perpetua”, un documento escrito y firmado por ambos contendientes años después de la batalla.
La batalla de Qadesh no es ni mucho menos la primera de la historia, pero sí que se caracteriza por ser la primera de la cual se posee documentación escrita por ambos bandos y en la que se obtiene información de la preparación, tácticas y armamento utilizados en el combate.
Situémonos en la época y espacio. Ramsés II el Grande, como sería conocido más adelante por sus victorias militares y su gran cantidad de monumentos, se encontraba con veinte años recién ascendido al trono. De sus primeros años de reinado destacan sus luchas en Asia donde se confirmaron las posiciones egipcias en Canaán, Tiro y Biblos, pero es en el quinto año cuando tendría lugar el que él mismo consideraría el acontecimiento principal de su reinado: Qadesh.
El control de las rutas comerciales sirias fue el detonante de la batalla. El rey hitita Muwatalli formó una coalición de pueblos entre los que destacaban los principales enemigos de Egipto: Alepo, Karkemish, Ugarit, …
El enfrentamiento entre egipcios e hititas no era nuevo puesto que ya se habían enfrentado con anterioridad dos veces por Qadesh durante los reinados del faraón Tutmosis III y de Seti I. Fue después de la conquista de este último, padre de Ramsés, que el rey Muwatalli recuperó la ciudad de Qadesh, convirtiéndose en uno de los bastiones principales hititas para controlar y defender la zona siria.
Ramsés partió a la batalla al frente de cuatro divisiones de su ejército, siendo estas las divisiones de Amón procedente de la ciudad de Tebas, la de Ra procedente de Heliópolis, la de Ptah procedente de Menfis y la de Set procedente de Pi-Ramsés desde donde avanzarían a la batalla. Su ejército estaba compuesto por arqueros y lanceros a pie, sus carros de guerra y su cuerpo de élite, los llamados naharina.
Al llegar a la zona de Qadesh tras un mes de viaje, Ramsés hace prisioneros a unos beduinos, posiblemente espías hititas que, engañando al faraón le hacen creer que ha llegado el primero al lugar de la batalla. Esto era crucial para los planes del faraón que quería tomar la ciudad antes de que estuviesen situadas las tropas hititas, y tomando a la división de Amón camino del norte de Qadesh se adelantó al resto del ejército que iría al sur de la ciudadela, cayendo de esta manera en la trampa de Muwatalli. Las tropas hititas atacaron el campamento de Ramsés a la vez que sorprendían a la división de Ra con una emboscada impidiendo que pudieran reagruparse.
Cuando en su campamento, Ramsés se dio cuenta del engaño, se apresuró a enviar mensajeros a las otras dos divisiones para que se pusieran en marcha lo antes posible, y se aseguró de evacuar a su familia. Luego se vistió para la batalla y viendo que los egipcios desertaban al ver acercarse al ejército enemigo, rezó a los dioses recibiendo la ayuda de Amón. Es en este momento cuando más parece inventar Ramsés en sus relatos, pues según cuentan estos, se abalanzó él sólo, seguido de su escudero, contra todo el contingente enemigo.
El poema de Pentaur narra este momento de la siguiente manera: “no se dejó impresionar por los millones de extranjeros, los miró como a fantoches de paja”, y recuperando el control y la iniciativa propia de un dios se lanzó contra ellos y “los tripulantes de los dos mil quinientos carros en medio de los cuales yo estaba se convirtieron en cadáveres delante de mis caballos” “no es un hombre” dicen en los bajorrelieves del “Boletín”, otro texto que narra el transcurso de la batalla.
Tras esto se narra llegada de la división de Ptah y los que quedaban aún con vida de la división de Ra, para dar comienzo la batalla de carros que a la postre sería decisiva para el final del conflicto. La maniobrabilidad de los carros egipcios sobre los hititas fue una de las claves para que el ejército de Ramsés se hiciera con la victoria de este enfrentamiento en el que Ramsés ya aparece acompañado en las representaciones y pese a vencer en la contienda, no aparece tomada la fortaleza de Qadesh como debería haber sucedido si de verdad los egipcios hubiesen ganado la batalla.
Al día siguiente Muwatalli envió emisarios para firmar la paz y envía un mensaje a Ramsés alabándolo y comparándolo con otros dioses como Baal o Set y pidiendo la paz y clemencia. Ramsés reúne a sus oficiales, todo esto según el poema de Pentaur, y les muestra la carta recibida, a lo que sus hombres responden que una paz ofrecida es siempre buena. Tras esto decide mostrarse clemente y finalmente se vuelve a Egipto donde todos los acontecimientos quedarían registrados en los principales templos mostrándolo a él como un gran guerrero invencible que derrotó en soledad a sus enemigos.
Todos los textos escritos en época de Ramsés muestran una exageración digna de una novela épica y de fantasía, mostrándonos a su protagonista como un dios en la tierra. Pese a todo, se sabe que Ramsés no volvió a la zona de Qadesh, ni siquiera cuando se perdieron territorios en las cercanías. Es más, hoy día sabemos que todos esos “regalos” que decía enviar al que ahora era su aliado tras el tratado de paz, eran más bien tributos.
Ramsés vivió en paz el resto de sus años; tan profunda sería la impresión sufrida al haberse visto por momentos tan vulnerable y rodeado de enemigos que bien pudo ser este uno de los motivos para exagerar este enfrentamiento. Tras la batalla de Qadesh, Ramsés se dedicó a engrandecer su historia en forma de monumentos en los que siempre aparecerá esta gesta, predominando sobre el resto. Y es que ya se sabe, una imagen miente más que mil palabras.
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